La humildad que produce Dios
Dios puede usar las situaciones para tratar con nosotros y ayudarnos a ser humildes. Por ejemplo, es posible que un
hermano sea humillado como resultado de haber perdido su empleo. Un estudiante puede ser humillado al recibir notas
muy por debajo de lo esperado.
También en nuestra vida familiar podemos tener la experiencia de ser humillados. Si cierto hermano o hermana tiene
hijos brillantes, es posible que se vuelva orgulloso. Pero si sus hijos les causan problemas o dificultades, esto los hará
humildes. Asimismo, si el padre de un hermano joven ocupa un cargo muy importante en su trabajo, es posible que este
hermano joven se vuelva orgulloso... Pero supongamos que en vez de ello su padre hiciera trabajos de limpieza y tuviera
un nivel educativo muy bajo. Esto podría hacer humilde a este hermano joven.
Por nosotros mismos no podemos humillarnos; en vez de ello, necesitamos que Dios nos haga humildes [v. 6]. No
obstante, que Dios nos humille requiere que cooperemos con Su operación. Esto significa que tenemos que estar dispuestos
a ser humillados, reducidos, bajo la poderosa mano de Dios.
Podríamos decir que “sed humillados” está en voz activo-pasiva: sed está en voz activa en que apunta a que tomamos la
iniciativa para ser humillados, y humillados está en voz pasiva en que apunta a la operación de Dios que nos hace humildes.
Aunque la mano de Dios es poderosa para hacer por nosotros todo lo que es necesario, Su mano aún requiere nuestra
cooperación. La operación de Dios requiere nuestra cooperación. Por tanto, necesitamos ser humillados. (Estudio-vida de 1
Pedro, págs. 325-327)